Noviembre 2019 - Isabel Langa desde Austria

Este mes me he retrasado con el post y no tengo excusa. Hay un dicho austríaco muy extraño que dice que todos tenemos un Schweinhund (literalmente, un perro-cerdo) dentro. Cuando nos da pereza algo y procrastinamos, se debe a que el perro-cerdo está despierto. Esta gente es algo extraña, con un sentido del humor algo retorcido  (pero no carecen de él, como marca el estereotipo. Son alemanes pero con más educación, están muy orgullosos de su Wiener Manieren: siempre puntuales y con un "gracias" en la punta de la lengua). Seguro que parece que me he vuelto una experta en alemán, pero en realidad he avanzado más bien poco en el idioma. Aprendo a trompicones, se me quedan más las anécdotas culturales que la gramática (aunque he de decir que es muy compleja). En ese sentido, mis expectativas se han visto frustradas porque la inmersión lingüística no es tan fácil como te la imaginas. Sigue siendo saltar a la piscina, pero como si te exigieran hacerlo con un tripe mortal con voltereta (y cinco excepciones a la regla).

En el tema viajes nada ha cambiado. Aprovecho cada ocasión para escaparme a explorar Austria o los países circuncidantes. Empecé el mes de noviembre visitando Trenčín, una pequeña ciudad de Eslovaquia con un castillo muy chulo, cerveza barata y mucha naturaleza. Fue una escapada de una sola noche en petit-comité, porque ya hemos aprendido que viajar en grupos grandes es agotador (mejor dejarlo para una vez al semestre, yo soy partidaria de viajar con poca gente o incluso sola, aunque eso dependiendo del país, por seguridad)

Foto: Trenčín y sus alrededores. Sí, hace frío. Manga larga, jersey, chaquetón, gorro, bufanda y guantes ya a principios de mes.

 

Bratislava se da ya por hecho, los buses te pueden salir por 1€ si los coges con mucha antelación (gracias Flixbus, por muchas veces que me dejes tirada esperando en la intemperie).

Me quedé dos findes en Viena, en uno tuve visita de mis padres (con lo cual mi calidad de vida y provisiones en la despensa aumentaron considerablemente). En el otro me dediqué a hacer vida social (sobre todo fiestas en pisos de estudiantes, porque algunos afortunados tienen espacio para dar y regalar. También salimos de Pub Crawl por el distrito 1, tuvimos una sesión de beeryoga y mucho más. Siempre sobran eventos a los que unirse); a culturizarme un poco (visitamos museos como Albertina, el de historia y el de la moneda) y a maravillarme con la navidad en esta ciudad. Encienden las luces ya en noviembre: si la ciudad era bonita de por sí, imagínatela con luces en cada esquina.

La foto más típica del mercadillo del ayuntamiento y una escultura del museo de historia:

  

Pequeñas joyitas de Viena: iglesias impresionantes que pasan desapercibidas (merece la pena ir pateando cada distrito)

 

 

La pinta que tienen mucha de las fiestas aquí: 

   

Ahora bien, he dejado lo más denso para el final. ¿Qué fue de todo aquel drama con el proyecto? Tal y como adelanté en el post anterior, llegamos a un punto de requerir la mediación de nuestra asociación de acogida. Tuvimos varias reuniones, privadas y grupales, tras las cuales se justificaron las faltas y llegamos a plantear soluciones a gusto de todos. Mi jornada laboral se ha reducido, la comunicación ha mejorado y todo parece indicar que los siguientes voluntarios van a tener muchas más facilidades (hemos hecho sugerencias para integrar y adaptar mejor a los voluntarios, a fin de evitar los roces que se produjeron en esta edición). Una vez más, vale más preguntar que quedarte con dudas o, peor, quejándote sin mover un dedo.

En cuanto al trabajo en sí, adoro a mis niños y ellos me han cogido mucho cariño. Ya tenemos el grupo al completo, la mayoría son todavía muy bebés (1-2 años) y por ello he tenido momentos de mamá orgullosa: un nene aprendió a caminar estando yo con él, otra empieza a vocalizar y casi pronuncia mi nombre (te llaman mamá mientras no les insistas en lo contrario). Por lo general, son niños muy despreocupados y felices (del tema educación en Viena ya hablaremos en otro momento, se les da tanta libertad que a veces roza el límite de dictadura del pequeño de la casa), así que pasar la mañana con ellos es muy gratificante (pero agotador: pueden reír un segundo, llorar al siguiente y abstraerse en el infinito al poco después). En invierno puede ser algo durillo porque no siempre podemos sacarlos al parque (además vienen con más capas que una cebolla), pero lo sobrellevamos a la espera del buen tiempo.

Los últimos retazos de otoño en el Augarten y un pequeño gesto de cariño durante la siesta.

   

Sigo con mi buen propósito de comer sano e ir a correr (hay muchos parques frecuentados por runners como Prater o zonas de paseo junto al Danubio como Donaumarina), pero tanto viaje y visita pasan factura. He cogido peso con todo esto de independizarme y organizar las comidas por mi cuenta, pero también me he vuelto un poco cocinillas. Tendré que hacer balance a fin de año a ver si salió a cuenta.

Tras el chascarrillo queda poco más que contar, ¡tercer mes superado! El tiempo empieza a pasar demasiado deprisa.

¡Hasta la próxima!