To je všetko! Os escribo ya de vuelta a casa, y con la tarea de resumir los dos últimos meses en Eslovaquia como mejor pueda.
Junio fue un no parar hasta para mis estándares. Empezamos pisando fuerte con el baile final que organizamos para nuestro famoso curso de bailes de salón, que dio pie directamente a mi celebración de cumpleaños, en la que unos pocos fuimos a una escape room y luego nos juntamos en grupo para un picnic junto al lago Zlaté Piesky. Es el primer año que celebro mi cumpleaños fuera de casa, lo cual se me hizo un poco extraño, pero me alegro de haber podido hacerlo rodeada de la gente a la que llegué a conocer y que formó mi segunda casa este año.
¡Mira mamá, tengo amigos!
Y al día siguiente nos fuimos a nuestro último seminario como voluntarios, el de evaluación organizado por nuestra coordinadora. Pasamos dos días en Senec, en el centro para integración de gente con diversidad funcional en el que vive y trabaja una de nuestras compañeras. Senec es una pequeña localidad cerca de Bratislava, utilizada sobre todo como resort turístico en verano por la presencia de lagos (nada más salir de la estación de tren), de los que nos aprovechamos bien esos días. Además de compartir impresiones de todo el año y nuestros planes para las semanas restantes y el futuro, tuvimos ocasión de disfrutar de nuestros últimos días como grupo, ya que a algunos de esos voluntarios ya no los volvimos a ver desde entonces.
Hablando sobre nuestros sentimientos por última vez
Al final de esa misma semana hice mi último viaje con Louise. Pasamos tres días recorriendo lugares de Eslovaquia que a ambas aún nos faltaban por quitar de la lista: Košice (la segunda ciudad más grande del país, y muy bonita... el problema es que está justo en el otro extremo, o sea, a 6 horas en tren), Slovenský Raj (el "paraíso eslovaco", un parque natural lleno de rutas con escaleras y plataformas suspendidas sobre cañones fluviales, una aventura), Žilina (la cuarta ciudad, en la que dos de nuestro grupo habían organizado un festival de fin de semana para voluntarios), Čičmany (pueblo que conserva arquitectura tradicional, con casas de madera adornadas con pinturas folclóricas blancas) y el castillo de Bojnice (que sólo nos dio tiempo a ver en media hora, pero mereció la pena), además de todos los trayectos en tren, autobús y con autostop que esto implicó.
Primera experiencia de autostop: satisfactoria // Lo más increíble de este viaje fue que no me rompí nada en Slovenský Raj
Fue una experiencia muy interesante, además de por todos los sitios que vimos, por las coloridas gentes con las que entramos en contacto, como el paisano sentado a mi lado en el tren que al ver nuestro interés por los castillos que se divisaban junto a las vías se dedicó a avisarme cuando pasábamos al lado de otro; el dueño del hostal que no pudo recibirnos por estar enfermo pero confió en que no nos marchásemos sin pagar; el taxista que nos llevó hasta la entrada del parque, que se santiguaba con una mano al pasar junto a crucifijos en la carretera pero no se ponía el cinturón de seguridad; el padre e hijo que nos llevaron en coche hasta una parada de autobús y que parecían un dúo de cómicos, o la pareja eslovaco-húngara que nos dejó compartir su mesa en el vagón restaurante y se intentó hacer entender en cinco idiomas distintos. En general, moverse por Eslovaquia siempre es una experiencia entretenida, y siempre hay gente dispuesta a darte conversación (les entiendas o no) en cada tren al que subes. Eso sí, admiro a la gente que lo hace sin hablar ni gota de eslovaco... ¡suerte en las estaciones de autobús!
Las casas de Čičmany y el castillo de Bojnice, todo sacado de un cuento de hadas
Otra cosa buena de este viaje fue poder pasar tiempo con Louise, ya que ella se marchó a casa diez días después, dejándome con una habitación muy vacía las seis últimas semanas de la estancia...
Continuará