Pula es una ciudad de 50.000 habitantes en Istria, una de las tres regiones históricas de Croacia. Para los estándares de un país de no más de 4 millones de habitantes, tiene un tamaño mediano, algo así como un Gijón croata. Al final he acabado en un sitio que es como mi casa.
La ciudad es un destino turístico desde hace más de cien años. Los antiguos palacetes son ahora tiendas o residencias, en el puerto se ofrecen paseos en barco para ver los delfines que viven en la bahía y todos los locales tienen etiquetas en diversos idiomas. Aun en las primeras semanas de octubre podían verse turistas por las calles, aunque por lo que cuentan los locales, en invierno desaparecen del todo. De momento hemos tenido suerte y siempre hay algo que hacer en Pula.
Mi centro de trabajo es Rojc, uno de los vestigios del pasado austrohúngaro de la ciudad. Una antigua academia militar que ahora es un centro social en el que no paran de suceder cosas. Mi compañera voluntaria, Berina de Sarajevo, y yo nos dedicamos al diseño gráfico y las redes sociales, pero también a ayudar en lo que sea necesario. Trabajamos en la Sala de Estar, el Living Room, donde se coordinan todas las actividades del centro y la gente puede acercarse a ver exposiciones, leer, ver películas o simplemente descansar.
En este mes me he dedicado principalmente a explorar la ciudad. Es increíble como un lugar en apariencia tan pequeño puede resultar tan vasto. Desde los astilleros imperiales a los bosques de pinos, pasando por las ruinas romanas y los numerosos fuertes que siembran la costa, todo merece una exploración concienzuda. Eso y las numerosas panaderías que ofrecen porciones de pizza por menos de lo que cuesta un café.
La primera semana de noviembre fue el "On arrival Training" en el que nos preparan para lo que viene estos nueve meses. Una semana en la pequeña ciudad de Orahovica, donde pude conocer a otros voluntarios de distintas partes de Croacia. Fue divertido, pero tal vez lo más significativo fue la vuelta a Pula. El tren desde Orahovica nos dejó en Zagreb y de ahí cogimos un autobús hasta Pula, cinco horas de lluvia y baches. La sensación de ver acercarse paisajes familiares se parecía mucho a la de la llegada a la propia tierra. Y al aparecer el único Lidl de la ciudad, tuve la sensación de que volvía a casa.